Hace unos días saltó a los medios la polémica por la instalación de una escultura-homenaje a las mujeres víctimas de maltrato y de la violencia masculina en una plaza de Zaragoza, escribe Pilar López Díez[.La denotación de la imagen, que ha sido ampliamente reseñada es muy clara: Vemos a una mujer arrodillada, mirando al suelo y cuyo cabello y manos esconden su cara. El significado cultural asociado, la connotación, no ofrece duda en el actual contexto español, en donde las noticias sobre hombres maltratadores, homicidas o asesinos son habituales en los medios de comunicación, de manera que vemos la representación de una mujer hundida, desamparada, vencida, sola y sin capacidad de reacción.
Las organizaciones feministas la critican con razón; el Ayuntamiento la defiende. También hay gente en la calle que dice que es bonita. Pero una escultura en medio de una plaza no puede calificarse de bonita o fea; una actuación pública que se concibe como homenaje a determinadas personas debe analizarse desde el punto de vista de si el esfuerzo y los recursos invertidos cumplen el objetivo político de engrandecer, hacer respetar y reconocer a quienes reciben el homenaje: las mujeres supervivientes y víctimas de la violencia machista.
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