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Tristeza consagrada | Pedro Biedma. 12.08.18 | | Abatido y cansado, tras una grata jornada, en la que conocí las maravillas que atesora el río Caicena, decidí descansar frente a la Cola de Caballo. Gozar de su belleza y la ayuda inestimable del cercano Dios Hypnos, hizo que me sumiera en un profundo sueño.Al abrir los ojos, la noche había tomado el lugar, otorgando al día su merecido reposo. Una bocanada de aire heló mi nuca, me incorporé, giré el cuerpo y pude contemplar a la mujer más hermosa que había visto nunca. Vestía una túnica blanca, lucía una rama de olivo en su cabello negro azabache, al igual que sus ojos, que desprendían tal tristeza que contagió mi corazón. Permanecimos inmóviles unos segundos hasta que ella posó su mano en mi hombro y preguntó: | – ¿Has visto a mi amado? Las palabras me abandonaron, solo acerté a negar con la cabeza. Entonces ella, comenzó a correr río abajo hasta desaparecer de mi vista. De repente, la voz de mi amigo Juan me alertó: – ¡José!, despierta que te has quedado dormido. Vámonos que se nos echa la noche encima. Sin dudas todo fue un sueño, tomé mi mochila y emprendimos camino al pueblo. Una vez en mi habitación y al ordenar mi morral hallé una rama fresca de olivo, con total seguridad no la había cogido yo. Más tarde, en una agradable velada mantenida con los dueños del alojamiento, nos hicieron partícipes de la “Leyenda de la Encantá” que casualmente, se celebraba en esa fecha, el 23 de junio. Aún existen días, en los que recuerdo la tristeza conmovedora, de esos ojos negros azabache.
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